
CIMMYT abre sus puertas a estudiantes e investigadores de universidades internacionales que desean colaborar en proyectos sobre agricultura sostenible. Uno de estos casos es el de Lea Schröder, doctora en Ciencias del Sistema Terrestre por la Universidad de Hamburgo, que actualmente realiza una estancia en México para estudiar el sistema milpa, una práctica ancestral que hoy enfrenta retos cruciales ante el cambio climático.
La investigadora explica que la milpa, conformada principalmente por maíz, frijol y calabaza, funciona como un sistema simbiótico en el que cada cultivo aporta beneficios al otro: el frijol fija nitrógeno, la calabaza protege el suelo y el maíz funge como tutor. “Es una práctica que no solo garantiza alimentos nutritivos, sino también la conservación de la biodiversidad”, señala.
Schröder ha recorrido comunidades en la Península de Yucatán y Oaxaca, donde ha observado cambios notables, ya que el retraso en las lluvias obliga a modificar las fechas de siembra y las variedades de ciclo largo ya no alcanzan a madurar. “Los productores están adaptando sus calendarios y optando por semillas de corto ciclo, pero la sensación general es de impotencia frente al clima”, comenta. La prolongación de la canícula, las sequías más intensas y el aumento de plagas como el gusano cogollero han puesto en riesgo tanto las cosechas como la permanencia de variedades criollas. A ello se suman la migración y la falta de relevo generacional. La investigadora apunta que en algunas comunidades las mujeres se han hecho cargo del manejo de la milpa debido a la salida temporal de los hombres en busca de empleo. “Donde se pierde la milpa, también se pierde parte de la cultura alimentaria: el conocimiento sobre la diversidad de variedades nativas, con las que se produce las tortillas y los tamales, está íntimamente ligado a este sistema”, explica.

Lea Schröder considera que la milpa es un ejemplo de resiliencia y un recordatorio de que los sistemas agrícolas deben pensarse más allá del rendimiento: “La agricultura tiene que responder también a lo que las comunidades quieren comer y a la diversidad de nuestros alimentos”. En este sentido, destaca el valor de las prácticas de la agricultura de conservación y el potencial de combinarlas con innovaciones como el sistema MIAF, siempre que se adapten a las condiciones y necesidades locales.
CIMMYT impulsa esta visión con investigación participativa, bancos comunitarios de semillas y ensayos que permiten ajustar la agricultura de conservación a distintos contextos. La institución busca, además, conectar a productores con mercados que valoren la diversidad de la milpa. Como parte de su filosofía, coloca en el centro a quienes trabajan la tierra: “Los agricultores impulsan la innovación. El trabajo de CIMMYT comienza con las necesidades y experiencias de los agricultores. Sus conocimientos orientan nuestra ciencia y dan forma a nuestras alianzas”.
La trayectoria de Lea es reflejo de cómo el diálogo entre ciencia y tradición puede abrir nuevos caminos. Desde Alemania hasta México, su investigación reafirma la importancia de la colaboración internacional. En este proceso, CIMMYT apuesta por un modelo donde ciencia más alianzas es igual a soluciones, capaz de transformar la investigación en impactos reales a través del trabajo conjunto con gobiernos, centros de investigación y sector privado.
Finalmente, Schröder subraya que el futuro de la agricultura en América Latina depende en gran medida de la conservación de la agrobiodiversidad: “La milpa guarda no solo semillas, sino también conocimientos que nos permiten adaptarnos a los cambios que ya están aquí”. En este esfuerzo, la participación de productores, la investigación global y la inversión compartida son clave, porque la inversión impulsa el impacto, desde cultivos resilientes frente al cambio climático hasta sistemas alimentarios inclusivos y productivos.