
Texcoco, Edo. Méx. – Cada año, cerca de 1,300 millones de toneladas de alimentos producidos para consumo humano se pierden o desperdician en el mundo. La cifra resulta tan abrumadora como paradójica: mientras millones de personas padecen hambre o inseguridad alimentaria, una tercera parte de los alimentos nunca llega a ser consumida.
Las consecuencias van mucho más allá de lo social. Producir alimentos que terminan en la basura significa desperdiciar agua, suelos fértiles, energía y mano de obra. Se calcula que hasta 38% del consumo energético mundial asociado a los sistemas alimentarios se destina a producir alimentos que no se comen. De esta manera, la pérdida y el desperdicio de comida se convierten también en un problema ambiental de escala global.
Desde 2020, el 29 de septiembre se conmemora el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, establecido por Naciones Unidas como un recordatorio de que el mundo debe reducir este problema a la mitad para 2030, en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
En nuestro país, las pérdidas poscosecha son especialmente graves: en algunas regiones cálidas pueden alcanzar hasta 40% del grano almacenado en zonas tropicales. El mal almacenamiento y la presencia de plagas son las principales causas, con un impacto directo en la economía de las familias productoras y en la seguridad alimentaria de comunidades enteras.
Para enfrentar este desafío, el CIMMYT impulsa prácticas poscosecha más seguras. El uso de tecnologías herméticas —como silos metálicos y bolsas plásticas especiales— combinado con buenas prácticas durante la cosecha y el acondicionamiento de los granos antes del almacenamiento, ha demostrado reducir las pérdidas a menos del 5%. Además, estas soluciones permiten conservar el grano sin recurrir a productos químicos que pueden representar riesgos para la salud.
Un ejemplo tangible es el proyecto Seguridad Alimentaria, implementado en colaboración con el Gobierno de Quintana Roo y con autoridades estatales. Gracias a este esfuerzo conjunto, miles de familias han tenido acceso a tecnologías herméticas y a acompañamiento técnico que les permite asegurar mayor disponibilidad de alimentos durante todo el año y enfrentar con mejores condiciones la incertidumbre climática y económica. El proyecto también ha impulsado cursos para líderes comunitarios y técnicos agrícolas, talleres de manejo poscosecha, esquemas de inclusión financiera y la formación de una red de herreros locales capacitados para fabricar silos. Con ello, no solo se reduce la pérdida de granos, sino que se fortalece la economía comunitaria y la autosuficiencia tecnológica, generando impactos positivos que trascienden la etapa de almacenamiento.
Este esfuerzo conjunto entre el Gobierno del Estado y el CIMMYT es un ejemplo de cómo la ciencia, el conocimiento local y la colaboración estratégica pueden integrarse para fortalecer los sistemas agroalimentarios y reducir las pérdidas poscosecha. Al mismo tiempo, contribuye a proteger el legado de la milpa y de los maíces nativos mediante el impulso de casas de semillas, y a promover un desarrollo más justo, resiliente y sostenible para las comunidades rurales. Todo ello forma parte de un conjunto sistémico de acciones orientadas a garantizar la seguridad alimentaria en la región.
El desperdicio de alimentos no es únicamente un problema técnico: también es un reto cultural que atraviesa toda la cadena, desde el campo hasta la mesa. En este Día Internacional contra el Desperdicio de Alimentos, el CIMMYT reafirma su compromiso de trabajar junto a agricultores, gobiernos y aliados en todo el territorio mexicano, para impulsar prácticas de almacenamiento seguras, cadenas de valor más resilientes y sistemas de producción sustentables.
Porque cada grano que se pierde no solo significa un recurso desperdiciado: es también una oportunidad menos de avanzar hacia un futuro sin hambre.