
El atole es una de las bebidas más antiguas y representativas de México y Centroamérica. Su origen se remonta a la época prehispánica, cuando se preparaba con masa de maíz nixtamalizado diluida en agua y endulzada con miel de agave, miel de abeja o frutas, y en ocasiones aromatizada con cacao, flores e incluso chile. Con el tiempo, se enriqueció con ingredientes como el piloncillo, la canela, la vainilla o el chocolate, y hoy en día se encuentra en múltiples variantes que reflejan la diversidad cultural de las regiones donde se consume.
Esta bebida puede variar en textura, desde una consistencia espesa, cercana a una papilla, hasta una versión ligera y más líquida. Lo que no cambia es su papel como alimento reconfortante que acompaña desayunos, celebraciones, ferias, ofrendas y reuniones familiares. El atole no solo alimenta, también reúne, acompaña y forma parte de la memoria colectiva de millones de personas.
Desde el punto de vista nutricional, una porción de 100 gramos contiene 80 calorías, además de minerales como calcio, hierro y potasio, que lo convierten en un complemento ideal en la dieta cotidiana. El atole aporta energía gracias a sus carbohidratos, y cuando se elabora con maíces pigmentados, azules, morados y rojos,también ofrece antioxidantes naturales —como antocianinas y compuestos fenólicos— que contribuyen a la salud.
El atole, como muchas preparaciones a base de maíz, es un ejemplo de cómo un alimento sencillo puede concentrar tradición, nutrición y cultura. Y en esta historia, CIMMYT juega un papel fundamental. Desde sus laboratorios y parcelas experimentales, CIMMYT conserva y mejora la diversidad de maíces, asegurando que tanto los productores como los consumidores sigan teniendo acceso a variedades nutritivas y resistentes, adaptadas a los retos del presente y del futuro.
Beber atole es, en cierta forma, beber historia. Es saborear el legado del maíz y comprobar cómo la ciencia y la tradición pueden unirse para mantener vivas las raíces de nuestra alimentación.