
En el Ejido Buena Esperanza, Bacalar, Quintana Roo, se respira un aire distinto. Entre parcelas sembradas con maíz y frijol de vara, algo más germina: la voluntad de transformar el campo desde la raíz, sin perder su esencia. Allí, don Manuel Fernando Poot Dzib, productor local y miembro del grupo del programa Sembrando Vida, ha convertido su parcela en un espacio de aprendizaje y experimentación.
“Trabajamos con semillas criollas como el Nal–Tel y evaluando diferentes densidades. Es algo nuevo para nosotros”, cuenta don Manuel, de voz tranquila pero decidida. Hasta hace poco, él menciona que los productores de maíz nativo sembraban con la técnica tradicional. Hoy, su milpa es parte de un ensayo que busca entender si sembrar más con un arreglo y densidad distinta puede mejorar el rendimiento y conservar mejor el suelo. “Queremos saber qué cambios trae, qué beneficios nos da. Es una animación que tenemos que experimentar”, dice, con la convicción de quien sabe que aprender también es sembrar.
El cambio comenzó cuando, gracias al programa Sembrando Vida, lo contactaron para evaluar su terreno. Fue Vladimir May, coordinador del Hub Península de Yucatán de CIMMYT, quien lo acompañó en ese primer recorrido. “Ya habíamos visto otro terreno mecanizado, pero ahí no había rastrojo, y eso es importante para conservar la tierra. Acá sí lo había, así que dijimos: aquí es”, comentó.
Don Manuel no solo aceptó instalar la plataforma de investigación, también se comprometió con un nuevo enfoque agrícola. Compara el uso de agroquímicos versus a aplicar productos orgánicos como el super magro, el caldo sulfocálcico y microorganismos de montaña estacionados. Estos bioinsumos, aplicados cada semana, son parte de un esfuerzo técnico y comunitario encabezado por el equipo de CIMMYT y del programa.
Entre ellos está Maricela Espinoza de Gaona, ingeniera agrónoma, quien desde hace cuatro años acompaña a productores como don Manuel. “Él es un productor cooperante, innovador, abierto al cambio”, dice. Mariceladestaca que no todo ha sido sencillo. Hay quienes aún se resisten a dejar los agroquímicos, pero experiencias como esta demuestran que la transición es posible. “Estamos en una escuelita de aprendizaje constante”, agrega. “Y la esperanza es que lo que estamos haciendo aquí se replique con más productores”.
En su parcela, don Manuel cultiva variedades de maíz blanco y amarillo, además de girasol, sorgo, dólicos y frijol criollo. Pero su cosecha más valiosa es la curiosidad que ha despertado en sus compañeros. “Ya tengo como seis que me han dicho que quieren probar este tipo de arreglo de siembra y densidad, aunque sea en un mecate. Les digo que vengan, que vean lo que estamos haciendo, que aquí se trabaja con productos orgánicos y con ganas de mejorar”.
Habla con orgullo del acompañamiento técnico que ha recibido. “Jesús, técnico del programa, viene seguido, cada dos o tres días, y cuando no puede, nos deja indicaciones. Nos hemos coordinado muy bien”. Y aunque aún no sabe con certeza cómo se comportará el grano o cuánta será la cosecha, sabe que está sembrando mucho más que maíz. “Es una experiencia nueva y que nos va a servir más adelante. Estamos aprendiendo, y eso ya es ganancia”.
Mientras el sol aprieta y la sombra se vuelve un refugio necesario, don Manuel sonríe y comparte lo que, para él, ha sido la clave de todo esto: “Innovar. Buscar cambios. Aprender cómo se siembra de otra forma. Eso es lo que estamos haciendo aquí”.
Este esfuerzo forma parte de los impactos generados por la red de innovación de CIMMYT, una iniciativa que impulsa procesos de cambio desde el territorio, que acompaña a los productores en la adopción de prácticas agroecológicas con base científica. A través de esta red, CIMMYT articula conocimientos locales y técnicos, fortalece el tejido comunitario y promueve el uso de semillas adaptadas a las condiciones locales, agricultura de conservación, bioinsumos y tecnologías sostenibles. Su objetivo es claro: avanzar hacia un campo más justo, productivo y sano, donde la autosuficiencia alimentaria se construya en colectivo, desde la milpa y con las manos de quienes la cultivan.