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Grietas y costras: el suelo oaxaqueño ante la desertificación

Cada año, millones de hectáreas dejan de producir alimentos por la desertificación. En la Mixteca oaxaqueña, ciencia y agricultura sustentable dan señales de esperanza.

Waldo Reyes Rodríguez (Foto: CIMMYT)
Waldo Reyes Rodríguez (Foto: CIMMYT)

Cada año, al menos 100 millones de hectáreas de suelo productivo —equivalente a poco más de la mitad del territorio nacional— son afectadas por algún tipo de degradación. Esa afectación incluye la pérdida de al menos 12 millones de hectáreas agrícolas —23 hectáreas por minuto— que dejan de producir cerca de 20 millones de toneladas de cereales debido a la desertificación y la sequía, por lo que la factura global de este fenómeno ya impacta a millones de personas en el mundo, señala Naciones Unidas.

La degradación en América Latina es la que avanza más rápido, registrándose un ritmo de degradación de tierras entre el 6 % y el 8 % más rápido que el promedio mundial desde 2015. Deforestación, sobrepastoreo y monocultivos extensivos son los motores principales.

En casa, los números son igualmente inquietantes: de acuerdo con la SEMARNAT, 128 millones de hectáreas de tierras secas (el 65 % del país) y un estimado del 43 % del territorio ya es afectado por la desertificación y la sequía. El problema amenaza la seguridad alimentaria nacional porque, al reducir rendimientos, suelen elevarse los precios de los granos básicos.

La Mixteca oaxaqueña es, lamentablemente, una de las zonas que históricamente más ha sido afectada por la degradación. Allí, generaciones de quemas de rastrojo, monocultivo de maíz y extracción de residuos agrícolas para forraje han dejado su huella: cárcavas, costras salinas y suelos exhaustos que dan lugar a sus característicos paisajes yermos que parecen de otro planeta.

En esa región trabaja Filader Fortís López, técnico, que comenta:

“Hay problemáticas desde lo social: el productor no diagnostica su parcela. Con la sequía del año pasado, los rendimientos cayeron, pero las variedades mejoradas y las prácticas sustentables nos permitieron rescatar la cosecha. El gran reto es convencerlos de dejar el rastrojo y romper con el monocultivo”.

Filader y sus compañeros técnicos se han capacitado con especialistas del CIMMYT como parte de un proyecto de este centro de investigación internacional a través del modelo del Hub desarrollado por esta institución, y con el soporte de los socios que CIMMYT tiene en Oaxaca. En el marco de este proyecto también se han instalado plataformas de investigación en las diversas regiones de Oaxaca —incluyendo la Mixteca—, las cuales se han sumado a una extensa red de investigación promovida por CIMMYT y sus colaboradores con el firme propósito de generar, desde la ciencia, soluciones a las distintas problemáticas del campo, como la desertificación y la sequía.

Así, por ejemplo, desde 2013 la plataforma de investigación en Santo Domingo Yanhuitlán —donde colabora el INIFAP y CIMMYT— compara labranza convencional (basada en el movimiento continuo del suelo y el retiro de rastrojos) con labranza mínima y retención de rastrojo. Tras una década, los datos son contundentes:

  • Más de 200 kg/ha de maíz criollo, en promedio, frente a la labranza convencional.
  • Durante la sequía de 2019, los ensayos con innovaciones sustentables conservaron más del triple de rendimiento frente a los sistemas convencionales.
  • El valor agregado del rastrojo y la reducción de costos de laboreo mejoraron la rentabilidad neta.

Luego de validarse en las plataformas de investigación, las tecnologías sustentables más adecuadas para cada zona son difundidas entre los agricultores locales gracias a una red de módulos de innovación y áreas de extensión, como la parcela de Waldo Reyes Rodríguez, productor de Santiago Tillo, también en la Mixteca, quien con acompañamiento del equipo técnico del Hub Pacífico Sur de CIMMYT, está cambiando el paradigma local:

“Después de sembrar maíz dos años seguidos, esta vez pusimos ebo y canola para fijar nitrógeno. He tenido muy buenos resultados con el técnico de CIMMYT. Ahorita tenemos un volumen elevado, que anteriormente no había ninguna asesoría técnica. También estamos trabajando con animales, tenemos chivos y tenemos gallinas, y también ellas para que abonen”, comenta el productor.

“También hemos sembrado frijol, distintas variedades. Y los residuos de la cosecha ahora se quedan. Sí, nomás empacamos lo que es la parte de arriba y lo demás lo dejamos para que quede algo de forraje, porque no barremos todo para que tenga nutrición la tierra, para que no se deslave. Ya varios vecinos lo están copiando porque vieron que el suelo no se deslava y el ganado aprovecha más estas nuevas opciones de forraje, como el ebo”.

Si bien la sequía y la desertificación no son lo mismo, sí están relacionas y la Mixteca experimenta ambas. Sequía es un déficit hídrico temporal; la desertificación implica pérdida crónica de materia orgánica, costras salinas, compactación y erosión que no se revierte solo con el regreso de las lluvias. Por eso, prácticas como dejar rastrojo, rotar cultivos con leguminosas y reducir el laboreo son cruciales para reconstruir el suelo.

La Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación advierte que aún es posible frenar y revertir la degradación antes de que los suelos crucen umbrales críticos, pero la ventana se estrecha cada año. Iniciativas como las aquí descritas ya restauran significativas cantidades de hectáreas, demostrando que la regeneración es factible cuando ciencia, políticas públicas y comunidades marchan juntas.

La experiencia en la Mixteca deja dos lecciones: 1) Las malas prácticas agrícolas aceleran la desertificación y comprometen toneladas de alimentos que nunca llegarán a la mesa. 2) La investigación aplicada ofrece rutas de salida, como la labranza mínima, la diversificación de cultivos y la integración de ganadería sostenible.

Confrontar la desertificación no es un lujo ambiental, sino una estrategia de seguridad alimentaria y resiliencia rural. Y, como dicen Waldo y Filader, la solución comienza dejando en el suelo aquello que siempre le perteneció: el rastrojo.