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Entre el juego y la tierra nacen los sueños del campo

En el marco del Día del Niño y de la Niña compartimos la historia de Julio César González Márquez, de Grupo Agrocime, quien enseña a sus hijos que el amor por la tierra y la perseverancia también se heredan.

Julio César González Márquez junto a sus hijos, comparten entre juego y tierra el amor por el campo y las raíces de una agricultura con futuro. (Foto: Julio César González)
Julio César González Márquez junto a sus hijos, comparten entre juego y tierra el amor por el campo y las raíces de una agricultura con futuro. (Foto: Julio César González)

Desde muy pequeño, Julio César González Márquez supo que el campo no solo se trabaja, sino también se quiere y se respeta. Originario de la Sierra Norte de Puebla, sus primeros recuerdos están llenos de aroma a café recién cortado, manos manchadas de tierra y tardes infinitas en el rancho de su abuelo don Luis, una figura importante para él que le transmitió técnicas agrícolas, además del valor de la solidaridad y el trabajo comunitario.

Mucho tiempo después, y ya instalado en Zacatecas, Julio lleva más de dos décadas impulsando una agricultura sustentable por medio de Grupo Agrocime. Desde consultoría y asistencia técnica hasta la promoción de insumos de bajo impacto ecológico, su labor diaria refleja esa pasión profunda por la tierra que germinó en su infancia. Pero hoy no recorre los campos solo, lo acompañan sus hijos: César Emiliano y Santiago Xocoyotzin, dos pequeños que, entre juegos y sembradíos, también descubren el valor del cuidado de la naturaleza.

Desde bebés, sus hijos han formado parte de sus jornadas en el campo. Una gran parte de los recuerdos de Julio está llena de imágenes de sus niños contando plantas de maíz, preparando caldos microbiológicos o correteando entre los ranchos, felices por el contacto con los animales y la vida rural. Más que enseñarles a trabajar, Julio les enseña a observar, a valorar y a persistir: “Cuando les pidan su primer currículum, ya podrán decir que tienen años de experiencia en el campo”, bromea con cariño.

La enseñanza que quiere dejarles —y que también transmite a los jóvenes rurales con quienes trabaja— va más allá de los conocimientos técnicos. Julio habla de la importancia de la confianza, de mantener la palabra, de hacer las cosas bien aunque a veces el esfuerzo no sea inmediato ni fácil de ver. Para él, esa confianza que un productor deposita en un técnico, al abrirle las puertas de su tierra, es uno de los regalos más valiosos que deja esta profesión.

En el marco del Día del Niño y de la Niña, Julio recuerda con emoción uno de esos momentos simples pero significativos: una tarde reciente, sus hijos aprendieron a patinar en cuestión de minutos. Cayeron, se levantaron y volvieron a intentarlo, una y otra vez, sin rendirse. “Persistían, confiaban en sí mismos, y al final lograron avanzar solos”, relata con orgullo. Ese espíritu de perseverancia, dice, es el mismo que se necesita para enfrentar los desafíos del campo y de la vida.

Para todos los niños y niñas que crecen en comunidades rurales, Julio deja un mensaje que alberga esperanza: vivir del campo sí es posible, siempre y cuando se trabaje con pasión, innovación y respeto por la tierra. No se trata solo de mantener las tradiciones, sino se trata de transformar y mejorar, de demostrar que la agricultura puede ser una opción digna, rentable y profundamente satisfactoria.

En esos pequeños niños que hoy corren, siembran y sueñan, late ya la semilla de un futuro más verde, justo y lleno de raíces firmes.