
Las revoluciones más profundas no hacen ruido. Nacen entre la hojarasca, en los surcos del maíz y en las raíces que sostienen la vida. En Chiapas, una de ellas lleva el nombre de Benancio Jiménez Gómez, coordinador técnico del Hub Chiapas del CIMMYT, agrónomo, padre, y uno de los impulsores más firmes del manejo agroecológico de plagas en México y Centroamérica.
Desde el Hub Chiapas del CIMMYT, en colaboración con The Nature Conservancy México (TNC-México), Benancio impulsa prácticas agrícolas que cruzan fronteras y transforman realidades, de Chiapas a Tabasco, y hasta las tierras altas de Guatemala. No promueve fórmulas ni atajos, sino una visión clara: la biodiversidad es la base para producir sin destruir.
Todo comenzó en 2015, con un diplomado del CIMMYT en manejo agroecológico de plagas. “Ya conocía la agricultura sustentable, pero ese curso nos dio el soporte técnico para trabajar con productores y convencer con evidencia”, dice. Su trabajo no es solo compartir técnicas. Es sembrar confianza. Mostrar que es posible producir sin dañar la tierra. Demostrar, con datos y cosechas, que los insectos tienen un lugar en la milpa y que el suelo respira mejor sin químicos.
Hoy, sus esfuerzos alcanzan regiones como la Frailesca, la Meseta Comiteca y el norte de Chiapas. Parcelas antes sometidas al monocultivo florecen con diversidad vegetal que protege, alimenta y conecta.
El proyecto con TNC México amplía ese impacto. En el borde del Cañón del Sumidero, en un área natural protegida, promueven prácticas agrícolas que cuidan del agua, del aire y del equilibrio de los ecosistemas. “Los ríos del cañón nacen en tierras de cultivo. Si esas tierras se manejan mal, el cañón sufre”, comenta. Lo que ocurre en una parcela no se queda en la parcela, sino que viaja por el agua, el aire, hasta llegar a los alimentos.
También han empezado a trabajar en potreros, al incorporar ganadería regenerativa. Conservar no significa detenerse; significa avanzar sin destruir.
Nada de esto sería posible sin una red de colaboradores que llevan el mensaje y lo convierten en acción. Técnicos como Mateo Pérez en Larráinzar, Moisés Rodríguez en Ocosingo, aliados regionales y socios estratégicos como los que trabajan en Guatemala, son quienes hacen realidad la adopción de estas tecnologías en las parcelas. El equipo técnico del Hub acompaña y orienta, pero el cambio ocurre en manos de quienes están cerca de las comunidades, todos los días.
En el Hub Chiapas no hay utopías, sino hay un diálogo entre saberes. “No se trata de enfrentar el traspatio con la agricultura comercial, sino de tomar lo mejor de ambos”, afirma Benancio. Tecnologías herméticas para almacenar granos sin químicos lo demuestran, ya que sirven tanto al productor que guarda 10 kilos como al que conserva muchas toneladas. El sistema se adapta. Respira.
En plataformas como Larráinzar y Ocosingo , más de 20 especies vegetales conviven en una sola unidad productiva. Algunas plantas alimentan, otras curan, otras atraen insectos polinizadores o ayudan a conservar el suelo. Nada sobra. Todo cumple una función en este sistema vivo, integrado y sostenible.
Benancio lo dice sin rodeos: “Sin biodiversidad, todo se desmorona. Con ella, todo se equilibra”. Los desafíos son muchos (desinformación, presión, urgencia), pero hay esperanza. “Lo que hagamos hoy puede permitir que nuestros hijos vivan lo que aún alcanzamos a ver: árboles, agua limpia, aire puro. Es un sueño grande, pero posible si cada quien aporta desde su trinchera”.
Este 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, la historia de Benancio nos recuerda que proteger el planeta no comienza en los grandes discursos, sino en las decisiones que tomamos con las manos en la tierra. Regenerar el campo es también regenerar el futuro.